miércoles, 8 de febrero de 2017

Rusia y las Termópilas alemanas




“Soldados míos, la mayoría de vosotros ha oído hablar de un ejemplo análogo de la grande y poderosa Historia de Europa. Aunque en aquella ocasión el número era pequeño, el final no tuvo ninguna diferencia con el de ahora. Hace dos milenios y medio, en un pequeño desfiladero de Grecia, un hombre infinitamente valeroso y temerario, Leónidas, se situó allí con trescientos espartanos, hombres procedentes de un pueblo famoso por su valor y su temeridad. Una mayoría abrumadora atacaba una y otra vez a aquel pequeño grupo. El cielo se oscurecía por el número de flechas disparadas. También entonces había que resistir el asalto de unas hordas lanzadas contra el hombre nórdico. Jerjes tenía a su disposición un número impresionante de combatientes, pero los trescientos espartanos ni cedieron ni titubearon, riñeron una vez y otra una lucha sin esperanzas, sin esperanzas en sus resultados, pero no en su significación. Cayó por fin el último hombre. En aquel desfiladero hay ahora una lápida con esta inscripción: "pasajero, ve y di a Esparta que aquí hemos muerto por obedecer sus leyes sagradas."
Fueron trescientos hombres, camaradas míos, han transcurrido milenios y hoy siguen valiendo aquella lucha y aquel sacrificio tan heroico como ejemplo del más alto espíritu militar. Y una vez más se dirá de la historia de nuestros días: Ve y di a Alemania que nos has visto luchar en Stalingrado como nos había mandado la ley, la ley de la seguridad de nuestro pueblo. Y esta ley la lleva cada uno de nosotros en nuestro pecho. La ley de morir por Alemania, si la vida de Alemania os lo exige. Pero eso no constituye sólo un deber para nosotros, los soldados. Este heroísmo, este sacrificio obligan al pueblo entero”.

Discurso de Hermann Göering, 30 de enero de 1943

El día de la celebración del 10º aniversario del régimen nazi Hermann Göering realizó su particular oración de duelo por el 6º Ejército en Stalingrado. A tres días del apresamiento y rendición ante los soviéticos del recién nombrado Mariscal de Campo Friedrich Paulus hacía días que todo estaba perdido para los alemanes.

Stalingrado, la antigua Tsaritsin, fue asolada por la Horda de oro del gran Khan en 1237 pero realmente nunca llegó a conocer la calma. Su penúltima peripecia había sido la victoria roja a manos de José Stalin sobre el Ejército Blanco, momento en que cambió de nombre por el de su libertador. Arrasada casi por completo se volvió a reedificar con la misma orientación que tenía a finales del siglo XIX, esto es, una ciudad industrial que a principios de los años 40 albergaba medio millón de almas.

Stalingrado antes de 1942


Cuando la flota área comenzó a bombardear la ciudad primero y cuando la 16 División Panzer llegó a los suburbios de Stalingrado después comenzó a forjarse la leyenda de la resistencia, por parte de Rusia, y de la épica soldadesca, por parte de Alemania. O deberíamos decir por parte de la propaganda de guerra alemana. Hitler ya había dicho que “la ocupación de Stalingrado, que permanecerá, va a intensificar esta victoria colosal (en el Volga) y la reforzará, y podéis estar seguros que ningún ser humano expulsará de este lugar de ahora en adelante”. No entraremos en detalle en la batalla ni en sus diferentes fases, para ello están las monografías, pero en su primera parte la victoria alemana parecía ser cosa de poco tiempo. La resistencia rusa mediante el continuo transporte de barcas llenas de refuerzos que cruzaban el Volga era hasta bien visto por parte alemana, que creía que de esa manera no sólo se alargaría la agonía de la ciudad sino que provocaría aún más bajas en sus defensores. Sin embargo, cuando el 22 de noviembre la ofensiva rusa con más de un millón de hombres cruzó las largas líneas alemanas y dejó aislados a su 6º Ejército y al 4º Ejército rumano el cambio de rumbo fue ya un hecho.




Si bien inicialmente los soldados continuaron luchando con fé en la salida a esa situación (en Demiansk 100.000 sodados habían resistido durante cuatro meses en otra bolsa, eso sí, de menor tamaño) según fueron pasando los días se vio que Göering no podría cumplir su palabra de apoyo aéreo al kessel. Hitler podría haber ordenado maniobras de retirada que seguramente en los primeros momentos podrían haber funcionado; sin embargo decidió convertir la bolsa en una fortaleza o, más bien, en un futuro cementerio.  

Según transcurría el tiempo y la victoria soviética total estaba más cerca, las informaciones sobre lo que sucedía en Stalingrado se iban haciendo menos frecuentes en los medios informativos alemanes. Así las cosas, Goebbels convenció a Hitler de cambiar el discurso: viendo que la victoria ya no era posible sólo quedaba apelar al “heroísmo épico”. Y así llegamos al discurso de Göering. Un ejército contra todo pronóstico rodeado y vencido pasaba, por orden de la propaganda, a ser el último bastión frente a la bestia asiática. Göering convertía en “hombres nórdicos” a esos espartanos que que aguantaron las hordas y que con su sacrificio permitieron finalmente la victoria griega.

El 30 de enero, cuando la última posición alemana cayó, la radio habló de que “durante la heroica batalla todos los hombres, hasta el general, lucharon en la línea de combate más avanzada con bayonetas fijas”. El 3 de febrero la radio anunciaba que la batalla había terminado: “el sacrificio del 6º Ejército no ha sido en vano (…) Generales, oficiales, suboficiales han luchado codo con codo hasta la última bala. Han muerto para que Alemania pueda vivir”. La épica que Goebbels, Göering y Hitler quisieron mostrar al pueblo alemán no fue aceptada por éste. Que un ejército entero fuese tragado de la noche a la mañana en la lejana Rusia cuando en noviembre Hitler había anunciado que la caída de Stalingrado era cuestión de días parecía, cuanto menos, escandaloso, más aún en un pueblo que seguía a su Führer como si del mesías se tratara.

Y a los pocos días ya se comenzó a hablar de los supervivientes, esos que según la propaganda oficial no podían existir porque todos habían luchado hasta la última bala, hasta el último hombre, como si de los 300 se trataran. Y se empezó a conocer que miles de ellos estaban prisioneros, incluido Paulus: ni siquiera su nombramiento de mariscal por parte de Hitler evitó que se acabara entregando vivo. La épica nuevamente resultó ser menos heroica que las antiguas historias griegas.

Rendición del Mariscal Paulus junto con su ayudante Wilhel Adam y el general Arthur Schmidt

El régimen nazi creyó poco apropiado seguir hablando de esa batalla que “cambiaría el curso de la historia “y que, sin embargo, acabó en una gran derrota con más de 90.000 prisioneros. Nunca le importó el destino final de sus soldados, menos aún el sentimiento de impotencia de sus familiares ante la desinformación y la mentira acerca del destino de sus hijos y maridos. El 3 de febrero de 1944, el primer aniversario de la batalla fue celebrado en silencio. Las Termópilas, con su célebre sacrificio espartano por Grecia, quedaba lejos de los campos de concentración rusos donde miles de alemanes eran olvidados por el régimen nazi.

martes, 31 de enero de 2017

Sobre el relativismo


Varios meses han pasado ya desde la última entrada en este blog. Meses donde mi vida ha ido girando, rebotando, golpeando y nuevamente poniéndose en marcha. Un golpe, otro, volver a levantarse… en definitiva, una vida más. El blog sigue activo en el twitter, pero reconozco que no es lo mismo ciento y pico caracteres que una entrada “como dios manda”. Comencé la cuenta en twitter como algo secundario de ayuda al blog y, paradojas de la vida, se ha mantenido más allá de la vida de éste.

Twitter es una jodida herramienta que, como casi todo en este mundo, puede ser capaz de lo mejor y de lo peor. En él lees grandes ideas, expresiones muy traídas y, sobre todo, buenos enlaces que te permiten conocer textos y páginas que de otra manera nunca hubieras encontrado. También redescubres la miseria humana, la simpleza mental y la mala fé de algún@s cuya mente limitada no va mucho más allá de la pantalla.

Si de algo me estoy dando cuenta últimamente es del relativismo tan en boga en este país en los últimos años. Ya no hay buenos ni malos, ahora todos son (o somos) medio buenos y medio malos. En este maldito país (como lo llamaba Eskorbuto) parece ser que tiene que tener el mismo respeto un fascista que un anarquista, por poner un ejemplo, o un multimillonario que explota a sus trabajadores (trabajen éstos al lado de su caso o estén, como se suele decir, “deslocalizados”) que un humilde obrero que se las ve putas para llegar a fin de mes.

Este relativismo me produce náuseas, pues no es otra cosa que el refugio del cobarde, de ese canalla que repartiendo panes y peces pretende quedar bien con todos y de paso creer que ha encontrado la fórmula de la Coca Cola (la cual tan malos tragos nos está dando últimamente). Que sí, que hubo hijos de puta en todos los sitios, incluidos los sindicatos, las asambleas y vaya usted a saber. Pero de ahí a poner al mismo nivel a los fascistas que trajeron la sangre, la esclavitud y la perpetuación del antiguo régimen (mediante la cohabitación de la Iglesia, el ejército y el capital) con los antifascistas que lucharon por la libertad y por un mundo nuevo (aquí evidentemente los matices son tan grandes que no seguiré ahondando)… por ahí no pasamos.

Parece ser que para ser correcto al hacer una historia de la guerra civil tienes que coger la coctelera y mezclar un 50% de desmadres fascistas con un 50% de desmadres antifascistas, agitarlo bien y que de ahí salga una pelea entre hermanos donde todos tuvieron la misma culpa. Para terminar de servirlo, decir que tras el 39 se instaló un régimen autoritario y será usted un escritor que posiblemente saque unas cuantas ediciones de su mierda de libro. Pero por mucho que venda seguirá siendo eso, una mierda.

Debemos ser claros, marcar a los fascistas allá donde estén porque habrá un día que si damos autoridad a estos relativistas nuestras generaciones futuras no sabrán quién fue verdugo y quién víctima. Y debemos hacerlo en todos los ámbitos: en nuestras casas, en la calle, en las escuelas, en los blogs y, por supuesto, en twitter.


domingo, 12 de junio de 2016

Elecciones 26-J


Que el mundo va a cambiar, nos dicen,
que cuando votemos nos escucharán, nos dicen,
si en cambio no votáis, nos dicen,
los del otro lado nos aplastarán
y así se quedarán, nos dicen,
con las manos libres para hacer su plan.

Malditas elecciones decimos,
si la voz rebelde se domesticó,
malditas elecciones, decimos,
quieren el gobierno
y nosotros no.



Chicho Sánchez Ferlosio







jueves, 10 de septiembre de 2015

Refugiados, bienvenidos


Macedonia se une a la vergüenza y sus soldados golpean a mujeres y niños sirios refugiados en un capítulo más de esta novela que parece no tener fin. Como si un documental de la II Guerra Mundial se tratara, el cierre por parte de las autoridades macedonias de parte de sus fronteras ha provocado otra situación dramática donde los militares asolan a civiles indefensos que únicamente quieren sobrevivir.

La situación no es mejor en Hungría, sino todo lo contrario. Aquí ya sus policías (siempre al servicio de la “ley”) acompañan sus golpes con gas pimienta y perros de presa, algo también muy de la Europa de los años 40. Y es que fue en Hungría donde su primer ministro, el honorable Viktor Orbán, ya sugirió en declaraciones al diario alemán Frankfurter Allgemeine Zeitung que “la cristiandad europea prácticamente es incapaz en la actualidad de mantener a Europa Cristiana”, en referencia a que los refugiados que están llegando a Europa son, en su mayoría, musulmanes.


Fotografía: AFP

Habría que decirle a Viktor que, si lo que quiere defender es la tradición europea, mejor sería que se preocupara de recuperar el paganismo de los antiguos magiares que, al fin y al cabo, perduró más que los mil años que llevan los curas por sus tierras. Pero claro, nuestro Viktor tiene muy mala memoria y seguramente no recuerda ya que sus ideas debieron morir en 1945 cuando, perdida la guerra por parte de las potencias del Eje, Hungría quedaba a merced de los vencedores pasando a convertirse en 1949 en la República Popular de Hungría.

No podemos olvidar que la gente que huye lo hace porque en sus tierras reina la muerte, la destrucción, ocasionada en gran parte por los intereses geoestratégicos europeos y americanos, las políticas de alianzas y el apoyo económico y militar a las distintas facciones. A casi nadie de esas personas que vemos ahora huyendo de la barbarie se le hubiera pasado por la cabeza, hace unos años, el salir de sus pueblos o ciudades. Como tampoco hubieran salido fuera de España durante la Guerra Civil todos esos represaliados que tuvieron que dirigirse a América y Europa para poderse salvar de ser fusilados en cualquier páramo desierto.


Por memoria y sobre todo, por justicia, debemos apoyar a los refugiados y exigir justicia en sus países, para que algún día puedan volver a sus casas y vivir sin miedo a que una bomba acabe con sus familias.



viernes, 7 de agosto de 2015

Nosotros y la policía. Educación siberiana.

Según nuestra ley no podemos hablar con los polis, ¿y sabes por qué? Porque son los perros del gobierno, instrumentos que el gobierno usa contra nosotros. A mí, hijo, me fusilaron cuando tenía veintitrés años y desde entonces he vivido siempre en la humildad, sin poseer nada, ni familia ni hijos ni casa; toda mi existencia la he pasado en prisión, sufriendo y compartiendo los padecimientos con los demás. Por eso tengo el poder que tengo, porque mucha gente me conoce y sabe que cuando cruzo las manos sobre la mesa y hablo, no lo hago por mi interés, sino por el bien de todos. Por eso muchacho, la gente se fía de mí.

Pues bien, te pregunto, ¿por qué razón deberíamos fiarnos de quienes se pasan la vida matando a nuestros hermanos, encerrándonos en la cárcel, torturándonos y tratándonos como si no fuéramos seres humanos? Dime, ¿cómo puede uno confiar en personas que viven gracias a nuestra muerte? Los polis son distintos del resto de la humanidad porque llevan dentro las ganas de servir, de tener amo. No saben nada de la libertad y temen a los hombres libres. Su pan es nuestro dolor, hijo mío, ¿cómo podríamos pactar con ellos?

NIKOLÁI LILIN, Educación siberiana. Publicaciones y ediciones Salamandra, 2014.



domingo, 26 de julio de 2015

Memorias de un francotirador en Stalingrado.

"Siempre me ha intrigado lo de mirar a través de la óptica a un enemigo a cientos de metros. Al principio apenas se ve una silueta pequeña e indistinta, y de pronto puedes distinguir todos los detalles del uniforme, si es alto o bajito, delgado o gordo. Sabes si se ha afeitado esa mañana, si es joven o viejo, si es oficial o soldado. Puedes ver la expresión del rostro. En ocasiones, tu objetivo está hablando con otro soldado o canturreando para sí. Y mientras tu hombre se frota la frente o inclina la cabeza para ponerse bien el casco, buscas el mejor punto para que la bala haga impacto.

Estaba tendido detrás de los tablones, a cubierto del fuego enemigo. Cargué una bala en la recámara, me puse en posición de disparo y apunté al operador de la ametralladora alemana. Incluso a esa distancia era fácil colocar el retículo entre sus ojos. Apreté el gatillo. Al momento, la ametralladora dejó de disparar y el tirador se desplomó sobre el cañón. Abatí también a los dos cargadores, que no pudieron reaccionar a tiempo para ponerse a cubierto. Convulsionaron durante unos segundos y luego se quedaron inmóviles".



jueves, 9 de julio de 2015

San Fermines sin toros

Son días de fiesta, de beber hasta caerse patas arriba y comer grandes bocadillos grasientos que nos permiten llegar a primera hora de la mañana vivos y aún de pies. Julio huele a San Fermines, a rojo y blanco y a calles llenas a reventar.. y cómo no, a encierros y corridas. Y aquí es donde la fiesta ya no es tan divertia, pues ver como unos animales son vejados por el festejo nacional a algunos ya no nos hace ni puta gracia.


Ya hemos hablado en algún caso de el bochornoso espectáculo taurino que algunos sinvergüenzas no dudan en llamar "fiesta nacional" o "el arte del toreo", los mismo que luego declaran ser amigos de los animales, los defensores del toro y demás soplapolleces. Porque el toreo no es otra cosa que torturar un animal en una plaza en pos de la diversión del populacho, el cual se divierte con la pantomima de un hombre disfrazado que sí, arriesga la vida, pero en un combate desigual donde el animal es pinchado, lanceado y finalmente muerto a espada.




Y aunque hay mucha gente que apoya esta misma visión que tenemos nosotros, sin embargo cuando llega el 7 de julio se enamora de los encierros pamploneses, antesala de la tortura vespertina a la que se enfrentará el astado. Y esto es lo que convierte los San Fermines en una fiesta non grata para los que amamos los animales, pues la imagen que presenta es la de una ciudadanía entregada al innoble arte del toreo y todo lo que le rodea que, por la importancia de las fiestas, se vé luego reflejada en los cinco continentes. 

Maldita la suerte que tuvimos cuando se le ocurrió a Ernest Hemingway llegar a Pamplona. Ójala se hubiera quedado en casa.

P.d. Algunos dirán que si no fuera por los encierros los San Fermines no serían lo mismo. Eso es lo que nos gustaría a muchos.