Son días de fiesta, de beber hasta caerse patas arriba y comer grandes
bocadillos grasientos que nos permiten llegar a primera hora de la mañana vivos
y aún de pies. Julio huele a San Fermines, a rojo y blanco y a calles llenas a
reventar.. y cómo no, a encierros y corridas. Y aquí es donde la fiesta ya no
es tan divertia, pues ver como unos animales son vejados por el festejo
nacional a algunos ya no nos hace ni puta gracia.
Ya hemos hablado en algún caso de el bochornoso espectáculo taurino
que algunos sinvergüenzas no dudan en llamar "fiesta nacional" o
"el arte del toreo", los mismo que luego declaran ser amigos de los
animales, los defensores del toro y demás soplapolleces. Porque el toreo no es
otra cosa que torturar un animal en una plaza en pos de la diversión del
populacho, el cual se divierte con la pantomima de un hombre disfrazado que sí,
arriesga la vida, pero en un combate desigual donde el animal es pinchado, lanceado
y finalmente muerto a espada.
Y aunque hay mucha gente que apoya esta misma visión que tenemos
nosotros, sin embargo cuando llega el 7 de julio se enamora de los encierros
pamploneses, antesala de la tortura vespertina a la que se enfrentará el
astado. Y esto es lo que convierte los San Fermines en una fiesta non grata
para los que amamos los animales, pues la imagen que presenta es la de una
ciudadanía entregada al innoble arte del toreo y todo lo que le rodea que, por
la importancia de las fiestas, se vé luego reflejada en los cinco continentes.
Maldita la suerte que tuvimos cuando se le ocurrió a Ernest Hemingway
llegar a Pamplona. Ójala se hubiera quedado en casa.
P.d. Algunos dirán que si no fuera por los encierros los San Fermines
no serían lo mismo. Eso es lo que nos gustaría a muchos.
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