domingo, 26 de julio de 2015

Memorias de un francotirador en Stalingrado.

"Siempre me ha intrigado lo de mirar a través de la óptica a un enemigo a cientos de metros. Al principio apenas se ve una silueta pequeña e indistinta, y de pronto puedes distinguir todos los detalles del uniforme, si es alto o bajito, delgado o gordo. Sabes si se ha afeitado esa mañana, si es joven o viejo, si es oficial o soldado. Puedes ver la expresión del rostro. En ocasiones, tu objetivo está hablando con otro soldado o canturreando para sí. Y mientras tu hombre se frota la frente o inclina la cabeza para ponerse bien el casco, buscas el mejor punto para que la bala haga impacto.

Estaba tendido detrás de los tablones, a cubierto del fuego enemigo. Cargué una bala en la recámara, me puse en posición de disparo y apunté al operador de la ametralladora alemana. Incluso a esa distancia era fácil colocar el retículo entre sus ojos. Apreté el gatillo. Al momento, la ametralladora dejó de disparar y el tirador se desplomó sobre el cañón. Abatí también a los dos cargadores, que no pudieron reaccionar a tiempo para ponerse a cubierto. Convulsionaron durante unos segundos y luego se quedaron inmóviles".



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