lunes, 20 de agosto de 2012

La ética de los toros y la prohibición en Donostia


Ya en el siglo XXI cualquier país medianamente ético debería de tender a prohibir cualquier espectáculo que incluya el sufrimiento de cualquier especie animal. En esta monarquía democrática, aparte de algunas peleas de gallos y perros (eso sí, clandestinas), el principal problema es, sin duda, los espectáculos que tienden a tener al toro no como protagonista, sino como víctima de las diferentes putadas que a diferentes tipos se les ha ocurrido en algún momento de la historia. Prenderles fuego a los cuernos, tirarlos al mar o simplemente torearlos en una plaza pública entre picas, banderillas y espadazo final son los diferentes destinos de estos animales sacrificados en el ara del populismo (más bien diría del borreguismo) con el pretexto, sobre todo, de la tradición.

Y es que no todo lo tradicional es bueno. Y sino que se lo digan a los antiguos esclavos que morían en las arenas romanas o al garrote vil, tan tradicional en nuestras tierras. La tradición no deja de ser un hecho de cualquier naturaleza que se acaba repitiendo a lo largo del tiempo. Y aquí entra todo. Desde pasear la virgen un primero de mes a tirar una cabra desde la torre de una iglesia o echarse tomates, vino, agua, o cualquier de sus variantes por las calles mientras nos agarramos una tranca del copón.


 El ¿arte? del toreo


La otra disculpa es la libertad. “Que el que quiera ir vaya, y el que no, pues no”. Fácil disculpa, señores, donde la tortura a un animal de forma indiscriminada queda por siempre disculpada por aquello de que “cada uno que haga lo que se le ponga en los... las narices”. Si abogamos estar en contra de la tortura animal, la libertad de acudir a estos eventos no deja de ser una  disculpa de tontos, de muy tontos. Imaginemos al garrulo de turno sacudiendo a su perro unos buenos varazos con el consiguiente disfrute de sus amigos, tan garrulos como él. Un buen hombre le diría: no debe de hacer eso. A lo que el canalla que esta con el palo en sus garras le dice: “señor, es usted libre de mirar, pero a mí déjeme que le rompa las costillas a mi perro”.

Nos enteramos estos días que en la plaza de Illumbe, en Donostia, no va a haber más corridas de toros. Y no dejamos de alegrarnos por ello. Una buena noticia para todos, y no digamos ya para todos esos animales que se librarán de ser torturados en ella. Sin embargo, y por desgracia, en otros lugares de Gipuzkoa de gran tradición en estos “festejos” se mantendrá esta sinrazón. Y nos suena a que sucederá algo parecido a lo que ya hemos visto en Catalunya, donde partidos políticos que posiblemente acabarían con esta práctica animal en todos los lugares donde sus atribuciones políticas lo permitieran, sin embargo, hacen política y evitan este tipo de acciones en aquellos “feudos” del toreo donde podrían perder votos. Ojala esto cambie y los que dicen representarnos pongan toda la carne en el asador y digan: prohibimos los toros por cuestión ética, porque no somos unos animales que disfrutamos del dolor ajeno, sea animal o humano. El día en que estos espectáculos sobrepasen las fronteras de las nacionalidades y dejen de ser algo típicamente español (la fiesta nacional), catalán (toros a la mar, embolados...) o vasco (por ejemplo Azpeitia como feudo de ello) para pasar a ser algo éticamente reprobable, ese día todos seremos más dignos y, por qué no, también más justos.


 Bous a la mar. Ver aquí arte es, sencillamente, de enfermos.

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