martes, 24 de abril de 2012

Hiwis en Stalingrado.

En Otoño de 1942 la presencia de hiwis en el ejército alemán durante el cerco a Stalingrado era una preocupación tanto para las autoridades rusas como alemanas. Hiwi es el apócope de Hilfswillige o "ayudante voluntario", nombre que realmente englobaba tanto a los rusos voluntarios en el ejército teutón como a aquellos prisoneros que habían sido reclutados en los campos de concentración inicialmente como trabajadores auxiliares pero que finalmente acabaron engrosando las filas de soldados en el combate. Todo indica que la gran mayoría de hiwis pertenecen a este último grupo, lo cual señala lo poco apropiado de su nombre.

 Edificios de Stalingrado tras los bombardeos.

Así, algunos alemanes veían desconcertados como se veían "obligados a reforzar nuestras tropas de combate con prisioneros rusos de guerra, que ya se están convirtiendo en pistoleros. Es una situación extraña que las bestias a quienes hemos estado combatiendo estén ahora viviendo con nosotros en la armonía más estrecha". Parece ser que el coronel Groscurth, autor de esta carta, aplicaba el adjetivo de bestias de forma muy personal, quizás debería de habérsele preguntado cómo podía le llamar a ese ejército que había intentado arrasar (y en cierta manera lo consiguió, aunque con un final que convirtió al cazador en presa) la ciudad de Stalingrado.

Las autoridades alemanas se debatían entre la necesidad de usar a estos eslavos en su campaña en Rusia, viéndolo como un "mal menor" para suplir la acuciante falta de mano de obra y sustitución de bajas en el frente, y la idea étnica de de muchos jerarcas que veían al eslavo como ser inferior y cualquier ayuda suya se consideraba humillante y muy pronto se les vió, sino esenciales, muy importantes.

 Prisioneros alemanes tras el fracaso de la toma de Stalingrado.

El trato alemán al hiwi parece que dependió del tipo de voluntario que se trataba (secciones cosacas, prisioneos rusos o soldados desertores del ejército rojo). Su futuro fue siempre oscuro: exceptuando a los hombres que fueron realmente voluntarios, el resto tuvo que decidir entre morir a manos de los alemanes por no trabajar para ellos o la muerte a manos de los soviéticos si eran atrapados (como miles de ellos fueron tras el fracaso alemán en Stalingrado) por traidores. Porca miseria.

Saber más: Antony Beevor. STALINGRADO. 2002.

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