Tras obtener la mayoría simple en
las elecciones alemanas Hitler consiguió el 30 de enero de 1933 acceder a la
cancillería de Alemania. Una de sus prioridades sería la de convocar nuevas
elecciones, consciente de que una vez que controlara todos los resortes del
poder unos nuevos comicios podrían serle muy favorables. El 27 de febrero el
Reichstag sufrió un gran incendio que rápidamente los nazis relacionaron con
los grupos comunistas y una posible sublevación de estos.
Aprovechando la ocasión el
ministerio de interior bajo las órdenes de Hitler presentó un decreto que se
conocería como “Decreto del Presidente
del Reich para la protección del pueblo y del Estado” o, coloquialmente,
como “Decreto del incendio del
Reichstag”. En él, se tomaban una serie de medidas orientadas a la
represión, control de la población y eliminación de los enemigos políticos.
Así, se suspendían, entre otros
derechos, la libertad de expresión, de prensa, de asociación, de reunión…
mientras que en los artículos 4 y 5 se penaban severamente “actos contrarios a
la seguridad pública”, que conllevaban desde desproporcionadas multas hasta
penas de cárcel o de muerte para aquellos que opusieran resistencia a las
autoridades del Reich o causaran daños a bienes públicos, entre otros.Los efectos fueron inmediatos:
arrestos masivos, prohibición de manifestaciones, ocupación de sedes de
partidos… haciendo que la oposición política a Hitler se desmoronara y pasara,
o bien a la clandestinidad, o bien a las cárceles y patíbulos.
En los días que nos tocan vivir
las semejanzas entre esa época y la que nos toca vivir parecen no ser simples coincidencias.
Cuando Rajoy y sus acólitos cogieron el relevo al PSOE en las últimas
elecciones generales lo primero que decidieron es quemar su programa electoral
y desdecirse de todo lo que antes habían afirmado por pasiva y por activa: que
no iban a tocar las pensiones, que la sanidad y educación seguirían siendo
públicas y gratuitas, que no subirían el IVA ni los impuestos… a todo esto se
le sumaron otro tipo de actuaciones como salvar a la banca mientras los
ciudadanos son expulsados de sus pisos, recortes en todo tipo de servicios
públicos, privatizaciones masivas… para llegar a coronarlo con una nueva ley
laboral que más bien podría llamarse “ley del patrón y del despido”.
Todo esto es más que suficiente
para decir que este gobierno no es legítimo. Un partido no es legal por ser
votado, sino por cumplir aquello por lo que fue elegido. Sin esta máxima, la
supuesta democracia que algunos tanto tienen en boca no deja de ser una
fantochada. Sin embargo ellos están en la poltrona, controlando los resortes
del poder. Y aunque esto no es Grecia y aquí los “tumultos” no han sido tan
graves, la gente se ha manifestado masivamente, muchas veces de forma ingeniosa.
Al poder no le gusta eso. Nunca le ha gustado, ni aquí ni en ningún otro país,
sólo que en España los que llevan la batuta se han envalentonado y, al grito de
¡tenemos mayoría absoluta! creen que pueden hacer de su capa un sayo.
Es por eso que, hartos de que los
tribunales no les den la razón, han decidido zanjar el asunto creando una “Ley de seguridad ciudadana” que
tristemente tanto nos recuerda en nombre y forma a la ya mencionada “decreto
del presidente del Reich para la protección del pueblo y del estado”. 60.000 €
por manifestarse delante del congreso, 30.000 € por injuriar a un agente o alterar el orden público, criminalizar
las protestas pasivas, las movilizaciones no permitidas, querer impedir que los
abusos policiales puedan ser filmados (para ello nada mejor querer impedir que
un individuo grabe libremente en la calle a estos agentes)… no deja de
recordarnos más a un estado fascista que a eso que quieren llamar democracia.
Realmente no es una ley de seguridad ciudadana: a la ciudadanía no le preocupa
que un ciudadano gracias a su grabación pueda condenar a unos policías que se
“exceden” en sus actuaciones; más bien lo agradecen. Que alguien en una
protesta ecológica sobrevuele una central nuclear, descienda rapelando las
oficinas de un gran banco o se la menee delante del congreso no es algo que en
los hogares de los millones de parados moleste. Y es precisamente lo que quiere
esta ley: no contentar a la gente de a pie (y nunca mejor dicho, al precio que
esta la gasolina) sino a aquellos que están viviendo a nuestra costa, a los
grandes empresarios, a los políticos que controlan el parlamento y les importa
una mierda lo que nosotros pensamos. Y que mejor que atacar no ya al bolsillo
sino a nuestro futuro: quizás los empresarios del PP crean que todos tienen
miles de euros en los bancos y en acciones de grandes empresas como para pagar
tranquilamente esas multas. La amenaza, la coacción de querer imponer multas
impagables por delitos que no son tales (y que los tribunales así lo han dicho
sucesivamente) es algo que no debemos ni podemos permitir.
Prohibido grabar = impunidad
La imagen de los mossos golpeando
y masacrando una sentada pacífica está en la mente de todos. Pues bien, gracias
a Rajoy y sus acólitos quizás ya no tengamos que sufrir volviendo a ver estas
imágenes. Gracias a esta ley de protección “ante la ciudadanía” estos violentos
que estaban sentados esperando recibir porrazos podrán ser multados por
resistencia pacífica. Y así llegará el día en que sacar una pistola será más
rentable que protestar ante un ayuntamiento, a eso quieren hacernos llegar.
Lo último ya es el ir en contra
del derecho de huelga, de ese derecho que no hace falta constitución que lo
ampare, porque es algo innato al obrero y su fuerza de trabajo. Pero eso es
harina de otro costal y ya habrá momento para hablarlo. Por ahora, seguimos
alucinando y preguntándonos en qué siglo estamos con la ley que la ultraderecha
quiere imponernos. Leyes que habrían sido vitoreadas desde el Reichstag por
todo el partido hace algunos años al grito de “Sieg Heil, Mariano”.
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