Llevamos mucho tiempo aguantando la lacra de la
derecha más casposa en este puñetero país. La derecha que no sólo quiere
imponer un sistema neoliberal que haga a los ricos más ricos (como se ve en las
estúpidas revistas de prestigio donde se perpetúan los candidatos a más
ricos del país aumentando año tras año su patrimonio) sino también su corpus
ideológico-social trasnochado, lleno de prejuicios y, ante todo, hipócrita (por
eso de "consejos vendo para mí no tengo), mezcla de religiosidad, intransigencia
y posos del pasado.
Así, esta gente intenta imponernos sus ideas
cueste lo que cueste, ideas suyas que
nos afectan a nosotros. Y esto es lo
grave: porque si su retrógrada ideología fuera consumo interno de sus
feligreses sería irrelevante. Pero en su matriz ideológica está el gérmen de
todo: el de la imposición y la intransigencia.
Sería para reírse sino fuera para llorar revisar
las imágenes de cuando se aprobó el divorcio en España. Hordas puritanas
salieron a la calle para impedirlo, porque España y Dios iban a perderse con
semejante infamia. Y esa gentuza no salía para decir que ellos no iban a
divorciarse, que iban a aguantar toda la vida pese a que ya no quisieran a su
pareja, que va. Ellos salían para decir que nosotros no teníamos que poder divorciarnos, que no podíamos coger
el rumbo de nuestras vidas y separarnos de ese hombre o mujer que, por las
circunstancias que fuera, ya no era nuestra media naranja.
Demócratas de toda la vida en 1981 manifestándose contra la ley del divorcio, ley espeluznante donde las haya.
Tampoco salieron por ellos cuando se aprobaron
los matrimonios de gays y lesbianas. No salieron para decir que no querían
casarse con otra persona de su mismo sexo, aunque muchos de ellos lo desearan
pero tuvieran que mantener su matrimonio heterosexual y sus hijos de cara a la
galería. No, nuevamente salían para decirnos que los demás, nosotros, no podíamos elegir nuestra
pareja y no se podía llamar a la unión de dos hombres o mujeres matrimonio.
También los demócratas de toda la vida queriendo imponer sobre aquello que más conocen, la familia. Y de paso muchas banderitas nacionales, en consonancia con la fiesta.
Cuando se menciona la eutanasia nuevamente nos
quieren imponer su visión. Cuando hablamos del derecho a la muerte digna, donde
uno elige su propio futuro y pide que si está condenado a morir se le pueda
acortar este sufrimiento ellos escupen su veneno hablando de que esto es un
asesinato y que recuerda las fechorías hitlerianas. Su memoria es vaga, pues
sus hermanos mayores, que estuvieron al lado de Franco durante cuarenta años
(perdón, algunos siguen en las filas del Partido Popular, digno representante
del partido único) fueron los pilares de dicho régimen en este país. Nadie les
pide que firmen un papel autorizando a acabar con sus vidas cuando estas no
sean más que un cruel recuerdo de lo que fueron. Sólo se les pide respeto a los
que pensamos de otra manera y no afectamos a nadie más que a nosotros con dicha
decisión. Pero nuevamente su ideología excluyente les hace morder y rasgar e
intentar por todos los medios que esta ley sea posible.
La penúltima decisión ha sido el aborto.
Nuevamente imponer su visión de la vida, su hipocresía que hará que aquella
mujer que siga necesitando abortar tenga que coger la maleta y marcharse a otro
país a ejercer su derecho, siempre que tenga dinero. Porque de lo contrario
volverán las interrupciones del embarazo ilegales, sin medidas sanitarias,
dedicadas a aquellas a la que esta política neoliberal y fascista ha dejado sin
trabajo, sin recursos y sin una sanidad pública que vele por sus necesidades.
Eso sí, las hijas de todos estos verdugos que nos legislan desde la poltrona
podrán coger sus jodidas maletas de Channel e irse a Londres a quitarse el crio
que el hijo de la portera les ha hecho y, por qué no, aprovechar a arreglarse
la nariz o poner un par de buenas tetas.
No van a poder legislar sobre nuestras vidas
eternamente. No vale un puñado de malditos votos para poder quitarnos derechos
que son nuestros, por mucho que cuatro desgraciados así lo decidan. No hay
presa que pare el río de nuestra libertad, y su sistema anquilosado y vetusto
caerá como han caído otros. Y nadie se preocupará por pisar sus ruinas, porque
será una gran melodía.
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