Fotografía: Howard Greenberg
En política como en el peor de
los barrizales cada perro lame sus heridas y lo importante no es lo que uno
aporta sino lo que puede llevarse, y si es a costa de los demás mucho mejor. La
política en España es heredera de las peleas de taberna, de las resacas con
olor a tabaco y de tardes zánganas con noches pícaras.
Los políticos son como esa gran
borrachera en la que a la mañana siguiente uno no se acuerda de lo que ha hecho
o prometido, sólo que nosotros pagamos sus copas, ellos se las beben y somos el
pueblo el que se queda con el dolor de cabeza.
Así, ante esta amnesia tenemos un
partido gobernante heredero directo de los verdugos que tuvieron bajo la bota
este país durante cuarenta años, de una dictadura que nunca han condenado
abiertamente porque, seguramente, no lo sientan. Heredero ideológico y
heredero, en muchos casos, humano, puesto que muchos fueron los que pasaron de
levantar la mano al paso de Franco a agitar la constitución con el mismo
fervor.
Ante las victorias de
agrupaciones de izquierda en las últimas elecciones municipales vemos como a
estos dirigentes se les llena la boca de esputos y malos augurios, como si de
profetas venidos de la antigüedad se tratara, y al mejor estilo hispánico
bizarro intentarán, qué duda cabe, que estos ayuntamientos fracasen en cualquiera
de las aventuras en que se embarquen.
Mientras el pueblo no pueda
manifestarse no creemos en esta democracia, que nos compra un voto por el
silencio de cuatro años sin que luego haya participación popular posible. No
creemos en el sistema, pero dentro de éste, qué duda cabe, los antisistema
visten de traje, conducen caros coches y se ríen en nuestras caras vendiéndonos
un sistema en el que muchos de ellos nunca creyeron pero que les ha traído
pingües beneficios. Maldita sea.
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