Las campañas políticas son
como tragarte quince hamburguesas de algún local de comida rápida una tras
otra. Cuando llevas dos crees que podrás con todas, cuando ya te has comido
cuatro ves que no llegarás al final y cuando te lanzas sobre la séptima las ganas
de vomitar son ya irrefrenables. Con la pequeña diferencia que al menos las
tres primeras hamburguesas las disfrutas y, en el caso de las jornadas electorales,
desde el primer día no te hace ni puta gracia.
Si a eso le sumamos la
calidad del debate político y de sus propios protagonistas la desazón es
absoluta. Al menos para los que creen en que mediante un proceso electoral con
estas reglas de juego se va a cambiar algo. Pero eso es otro debate. La campaña
electoral tiene sus propios tiempos, sus discursos manidos, irrelevantes, que
sólo los seguidores de estas grandes sectas llamadas partidos se creen a pies
juntillas. Y sobre todo el aprovechar el momento, cualquier cosa es buena si
puedes llevarte unos mugrientos votos con que poner a otro coleguita tuyo en la
poltrona para que se lleve un suculento jornal que casi nadie en este país
podrá nunca siquiera imaginar.
Y como lo que se debate
tiene menos calidad que los yogures que se come Cañete, hay que aprovechar
cualquier resquicio para conseguir popularidad y, de paso, piensa el gobierno y
algunos de sus seguidores, recortar un poco más y más de esa libertad tan
perseguida en los tiempos que corren.
Twitter es la siguiente
víctima. O al menos quieren que lo sea. Parece ser que sólo se ha insultado y
amenazado en este red social en los últimos días. Ni mucho menos. Twitter como
cualquier herramienta del estilo es capaz de generar lo peor y lo mejor de cada
uno, y desde que existe es un lugar de encuentro de gente normal, anormal, de
listos, listillos y también, como no, de tontos del culo.
Está claro que no todo vale
en los ciento cuarenta caracteres que twitter deja por mensaje. Igual que no
todo vale en el día a día. Amenazar o incitar al odio racial por poner sólo dos
ejemplos son delitos ya penados por la ley y que supongo casi nadie tiene
problemas en condenar. Ahora bien, que ahora algunos se quieran sumar al carro
de que “nada vale” y estén ya preparando las tijeras para coartar la libertad
de expresión es otra. Y en eso es experto, como no, Jorge Fernández Díaz, el
ministro de interior que lo mismo un día pide a Santa Teresa de Jesús que
interceda para España “en estos tiempos recios” que le otorga una medallita de
oro al mérito policial a la Virgen del Pilar. Sería de risa si no fuera este
mismo tipo quien está preparando su ley de Seguridad Ciudadana. Porque esto sí
que no tiene ni puta gracia.
Lo último son los mensajes
aparecidos en la Red acerca de las tres cogidas a tres toreros el pasado martes
en Las Ventas de Madrid. Leía asombrado como la Unión de Toreros, Unión de
Picadores y Banderilleros, Unión de Criadores de Toros de Lidia, la Asociación
Nacional de organizadores de espectáculos taurinos y la asociación de jóvenes
empresarios taurinos quieren que las autoridades procedan contra la gente que
se expresó en twitter acerca de este sangriento espectáculo.
Lo primero fue no
sorprenderme ante quién se preocupa de que el maltrato taurino siga existiendo:
los actores (picadores, toreros, banderilleros), los que suministran la carne
de cañón (criadores) y los que se llevan la pasta en el negociete que hay
montado (los organizadores y empresarios taurinos). Lo segundo, alucinar con la
facilidad de algunos para subirse al carro e intentar no ya seguir con las
corridas sino pretender además que los que no estamos de acuerdo con la tortura
animal podamos decir lo que pensamos.
El gobierno y este grupo de
gente que vive de ello llevan tiempo intentando blindar tan mal arte. Que si
bien cultural, que si tradición… todo vale para que no se pueda prohibir semejante
crueldad. Hasta prohibirte que te posiciones en la lucha. Porque un argumento
manido por los aficionados a la “tauromaquia” es que el toreo es una lucha de
igual a igual: el toro cuenta con su fuerza, con su bravura, y el torero con la
tela, la espada, banderilla y llegado el caso la pistola de la guardia civil si
se escapa por la calle.
Pues bien, si aceptamos que
esta lucha es entre iguales igual que en un partido de fútbol podremos
posicionarnos a favor de uno u otro contrincante. Es como si vas a un partido
del Real Madrid contra el Segovia y por narices tienes que aplaudir al equipo
merengue.
Querer en la sociedad del
siglo XXI reivindicar el toreo como arte es volver a los tiempos del coliseo,
de las fieras en la arena. Imagino a Nerón hablando con su segundo del arte que
ha puesto ese león en jamarse un cristiano, o de como esperaba ese gladiador a
portagayola y fue cogido por el tigre de marras. Querer convencernos de que la
pica, las banderillas y la espadas es algo tan artístico como visionar las
Meninas de Velázquez es una cosa, pero mucho más grave es el querer imponernos
una mordaza para que no sólo no lo aprobemos sino que encima no podamos
criticarlo.
En fin, que empecé hablando
de las campañas políticas y acabo por el toreo. Pero es que están más
relacionados de lo que pensamos. Porque los que nos gobiernan son como los
toreros: nos clavan la pica, las banderillas y a algunos hasta los rematan,
pero no quieren que los critiquemos. Eso sí, a la hora de pedir el voto nos
tratan como al toro antes de ir al matadero, para que así vayamos contentos a
nuestro final.
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