jueves, 22 de mayo de 2014

No me toquéis los Twitter

Las campañas políticas son como tragarte quince hamburguesas de algún local de comida rápida una tras otra. Cuando llevas dos crees que podrás con todas, cuando ya te has comido cuatro ves que no llegarás al final y cuando te lanzas sobre la séptima las ganas de vomitar son ya irrefrenables. Con la pequeña diferencia que al menos las tres primeras hamburguesas las disfrutas y, en el caso de las jornadas electorales, desde el primer día no te hace ni puta gracia.

Si a eso le sumamos la calidad del debate político y de sus propios protagonistas la desazón es absoluta. Al menos para los que creen en que mediante un proceso electoral con estas reglas de juego se va a cambiar algo. Pero eso es otro debate. La campaña electoral tiene sus propios tiempos, sus discursos manidos, irrelevantes, que sólo los seguidores de estas grandes sectas llamadas partidos se creen a pies juntillas. Y sobre todo el aprovechar el momento, cualquier cosa es buena si puedes llevarte unos mugrientos votos con que poner a otro coleguita tuyo en la poltrona para que se lleve un suculento jornal que casi nadie en este país podrá nunca siquiera imaginar.

Y como lo que se debate tiene menos calidad que los yogures que se come Cañete, hay que aprovechar cualquier resquicio para conseguir popularidad y, de paso, piensa el gobierno y algunos de sus seguidores, recortar un poco más y más de esa libertad tan perseguida en los tiempos que corren.

Twitter es la siguiente víctima. O al menos quieren que lo sea. Parece ser que sólo se ha insultado y amenazado en este red social en los últimos días. Ni mucho menos. Twitter como cualquier herramienta del estilo es capaz de generar lo peor y lo mejor de cada uno, y desde que existe es un lugar de encuentro de gente normal, anormal, de listos, listillos y también, como no, de tontos del culo.



Está claro que no todo vale en los ciento cuarenta caracteres que twitter deja por mensaje. Igual que no todo vale en el día a día. Amenazar o incitar al odio racial por poner sólo dos ejemplos son delitos ya penados por la ley y que supongo casi nadie tiene problemas en condenar. Ahora bien, que ahora algunos se quieran sumar al carro de que “nada vale” y estén ya preparando las tijeras para coartar la libertad de expresión es otra. Y en eso es experto, como no, Jorge Fernández Díaz, el ministro de interior que lo mismo un día pide a Santa Teresa de Jesús que interceda para España “en estos tiempos recios” que le otorga una medallita de oro al mérito policial a la Virgen del Pilar. Sería de risa si no fuera este mismo tipo quien está preparando su ley de Seguridad Ciudadana. Porque esto sí que no tiene ni puta gracia.

Lo último son los mensajes aparecidos en la Red acerca de las tres cogidas a tres toreros el pasado martes en Las Ventas de Madrid. Leía asombrado como la Unión de Toreros, Unión de Picadores y Banderilleros, Unión de Criadores de Toros de Lidia, la Asociación Nacional de organizadores de espectáculos taurinos y la asociación de jóvenes empresarios taurinos quieren que las autoridades procedan contra la gente que se expresó en twitter acerca de este sangriento espectáculo.

Lo primero fue no sorprenderme ante quién se preocupa de que el maltrato taurino siga existiendo: los actores (picadores, toreros, banderilleros), los que suministran la carne de cañón (criadores) y los que se llevan la pasta en el negociete que hay montado (los organizadores y empresarios taurinos). Lo segundo, alucinar con la facilidad de algunos para subirse al carro e intentar no ya seguir con las corridas sino pretender además que los que no estamos de acuerdo con la tortura animal podamos decir lo que pensamos.




El gobierno y este grupo de gente que vive de ello llevan tiempo intentando blindar tan mal arte. Que si bien cultural, que si tradición… todo vale para que no se pueda prohibir semejante crueldad. Hasta prohibirte que te posiciones en la lucha. Porque un argumento manido por los aficionados a la “tauromaquia” es que el toreo es una lucha de igual a igual: el toro cuenta con su fuerza, con su bravura, y el torero con la tela, la espada, banderilla y llegado el caso la pistola de la guardia civil si se escapa por la calle.

Pues bien, si aceptamos que esta lucha es entre iguales igual que en un partido de fútbol podremos posicionarnos a favor de uno u otro contrincante. Es como si vas a un partido del Real Madrid contra el Segovia y por narices tienes que aplaudir al equipo merengue.

Querer en la sociedad del siglo XXI reivindicar el toreo como arte es volver a los tiempos del coliseo, de las fieras en la arena. Imagino a Nerón hablando con su segundo del arte que ha puesto ese león en jamarse un cristiano, o de como esperaba ese gladiador a portagayola y fue cogido por el tigre de marras. Querer convencernos de que la pica, las banderillas y la espadas es algo tan artístico como visionar las Meninas de Velázquez es una cosa, pero mucho más grave es el querer imponernos una mordaza para que no sólo no lo aprobemos sino que encima no podamos criticarlo.

En fin, que empecé hablando de las campañas políticas y acabo por el toreo. Pero es que están más relacionados de lo que pensamos. Porque los que nos gobiernan son como los toreros: nos clavan la pica, las banderillas y a algunos hasta los rematan, pero no quieren que los critiquemos. Eso sí, a la hora de pedir el voto nos tratan como al toro antes de ir al matadero, para que así vayamos contentos a nuestro final.

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