viernes, 22 de junio de 2012

Durruti, agosto de 1936

No hace al caso el lugar. Uno de tantos que jalonaron la ruta victoriosa del pueblo en armas en defensa de sus libertades. Momentos antes de partir para nuevas conquistas, reunidos casi todos los luchadores en la plaza del pueblo, ante Durruti se presentan unos milicianos llevando a cinco de sus compañeros detenidos. Alguien les ha sorprendido en el momento de apoderarse de algunos objetos. Escasa era la valía de lo robado, pero el delito adquiría calidad más repulsiva por haberse efectuado en la casa humilde que dió cobijo a los rateros durante la estancia de las fuerzas populares en la población. Brillantes los ojos de ira, vibrante de indignación la voz por la baja calidad del acto cometido, Durruti se dirigió a los culpables:
 
- ¡Entregad las armas!- ordenó enérgico; y, ante el temblor que siguió a la entrega, continuó: ¡Erguíos! ¡Si habéis tenido coraje para robar, habréis de tenerlo para morir!
 
 
Milicianos de la Columna Durruti en el frente
 
 
La frase fue como un latigazo en el rostro de los acusados. Y en un movimiento unánime, como obedeciendo a un sólo resorte, se alzaron sus cabezas y se irguieron sus pechos en último movimiento gallardo para recibir la muerte.
 
- Por esta vez, por esta sóla, quedáis perdonados. No puede volver a repetirse, porque los milicianos no son ladrones.

Informaciones, Madrid, 20 de agosto de 1936.

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