El 16 de septiembre de 1941 Hitler le decía a Otto Abetz, embajador alemán ante el régimen francés de Vichy:
"Petersburgo -el venenoso nido que durante tanto tiempo ha vertido ponzoña asiática sobre el Báltico- debe desaparecer de la faz de la Tierra. La ciudad ya está rodeada. Sólo nos falta bombardearla una y otra vez, destruir su abastecimiento de agua y energía y dejar a su población sin todo lo que necesita para sobrevivir".
Unos días antes, Ernst Ziegelmeyer, experto del Instituto de Nutrición de Munich, ya había hecho los cálculos "científicos" para poder satisfacer a los altos cargos de la Wermatch que se habían reunido con él. Así, predijo que al cabo de un mes de aislamiento total de la ciudad debrían de imponer en ella una ración básica de pan de 250 gramos/persona. Es por ello por lo que pidió que se mantuviera el asedio de la ciudad durante todo el invierno afirmando:
"No merece la pena arriesgar la vida de nuestra tropa. Los habitantes de Leningrado morirán de todas formas. Es esencial que ni una sóla persona traspase nuestro frente. Cuantos más de ellos se queden en la urbe, antes morirán y podremos entrar sin problemas y sin perder un sólo soldado".
El 10 de noviembre Goebbels escribía en su diario:
"No nos molestaremos en pedir la capitulación de Leningrado. Podemos destruirla aplicando un método casi científico".
Himmler junto al SS-Hstuf Jonas Lie en el cerco a Leningrado
Sin embargo Leningrado resistiría la hambruna y el asedio durante 872 días y sería finalmente liberada de la garra nazi. Un asedio brutal, un hambre y desesperación que mostró lo mejor y lo peor de la condición humana, actos de gran valentía y sacrificio por los demás o, todo lo contrario, actitudes viles en población sometida a la máxima presión soportable. Sobre esto último escribía Michail Nosyrev el 4 de febrero de 1942 en su diario:
"Ha comenzado febrero, el sexto mes del asedio. La población esta muriendo por todas partes, el frío y el hambre han paralizado los deseos de seguir con vida. No funcionan los sistemas de transporte ni de comunicación, y las comodidades como la luz, el agua, la electricidad o el gas se han convertido en leyendas. Al permanecer en las calles unas cuantas horas, uno se encuentra con decenas de cadáveres, tumabdos sobre la nieve, y se cruza con carros cargados de muertos. Los precios de los alimentos en el mercado negro han alcanzado unos niveles exorbitantes, y las personas se alimentan de las inmundicias más escalofriantes, desde gelatina hecha con cola de carpintero hasta porciones de las partes más tiernas de los cadáveres. Los escuálidos habitantes de la ciudad, movidos por la más pura desesperación, se están convirtiendo en salvajes. La vida se ha vuelto una especie de pesadilla de la que uno no puede despertar".
Recogida de muertos tras los bombardeos alemanes.
En 1991 Elena Martilla, superviviente del asedio, pudo realizar un sueño que en su Rusia natal no había podido hacerlo: exponer sus más de ochenta dibujos del asedio. En la exposición conoció a algunos veteranos alemanes que habían participado en el sitio. Mientras veían sus dibujos pararon, y con lágrimas en los ojos, uno de ellos dió un paso al frente y le dijo:
- Le pedimos que nos perdone. Nada de esto era necesario desde el punto de vista militar. Tratamos de acabar con sus vidas, pero nos destruimos a nosotros mismos como seres humanos. En nombre de todos nosotros, le pido que nos perdone.
- La guerra es terrible - contestó Martilla, pero mi lucha es contra el fascismo, no contra el pueblo alemán. Y el fascismo existe en todos nosotros.
* Más información en "El sitio de Leningrado 1941-1944", MICHAEL JONES. Crítica, 2008.
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