El crimen de Iñigo Cabacas no debe de quedar impune. Se debe de juzgar al funcionario público (léase Ertzaintza) que lo perpetró, que disparó esa maldita escopeta y que lanzó esa mortal pelota de goma. Y el criminal debe de pagar. Y sus superiores deberían de dimitir, pero eso ya no sucede en este país, no se lleva en la sangre dejar el puesto que tan suculentos beneficios deja en la cuenta corriente del alto funcionario de turno.
Rodolfo Ares, consejero de interior, sigue en su poltrona, haciendo y deshaciendo, sin mirar atrás, sólo hacia adelante. No hizo nada cuando el 29 de marzo en Vitoria la policía autónoma llevó a Xuban Nafarrate a la UVI del hospital con trauma cranoencefálico. Tampoco hará nada ahora que ese mismo cuerpo policial ha llevado al cementerio a otro joven, Iñigo.
Querido Rodolfo, tu rueda de prensa intentando escurrir inicialmente un bulto demasiado grande y evidente fue, sencillamente, patética. Ni tus cachorros te creyeron, ni tu traje de persona distinguida dió el pego. Tu única salida (y poco parece) sería la dimisión, la salida por la puerta trasera, el éxodo de un cargo que te queda grade. Y a tu funcionario público que apretó el gatillo que mató a un joven inocente buscarlo, juzgarlo y, si se comprobara que fue el culpable, condenarlo.
IÑIGO CABACAS. IN MEMORIAN.
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