martes, 21 de febrero de 2012

Revisionismo histórico, condes y otros menesteres


Vivimos tiempos oscuros, de desmemoria, de revisionismo histórico que pretender legitimar ciertos ideales un día llamados fascistas y que ahora, tras un pequeño lavado de imagen, se autoproclaman neoliberales, centristas, etc. Frente a la historia como ciencia surgen escritores con grandes ventas a sus espaldas que pretenden no ya instaurar la vergüenza del olvido, del pasar página, del “todos fuimos culpables” sino, y con toda desfachatez, pretender que la historia les responda el “era necesario” o  “no había otra alternativa para el caos que se vivían”.

La literatura, desde el mismo instante en que la guerra civil española se acabó, intentó suplir mediante libelos una historia que, si bien es más complicada que un discurso lineal, en ningún caso podía ser contada tal cual fue porque no hubiera sido “nacional”. Javier Rodrigo, en su artículo “España era una patria enferma” (2009) nos habla de algunas de esas obras, como por ejemplo la Historia de la Cruzada Española (dir. ARRARÁS). Cito el artículo textualmente:

“Así, en ese tiempo, en Granada “las turbas, sin norte fijo, van de un lado a otro como revueltas (...) acuden al lugar de la refriega grupos heterogéneos de obreros, mozalbetes y arpías (...) la especie corre sin más averiguaciones (...) el populacho repite sin cansarse el estribillo: ¡Armas, armas, armas! (...) En Fuente de Cantos, un pueblo de Badajoz ocupado por “las hienas”, “dueñas las turbas del pueblo, grupos de prostitutas asaltan el convento”. El Cuarte de la Montaña de Madrid es asaltado por una turba “hija de la noche, que ha venido (...) de todos los suburbios donde se pudre el detritus social que arrojan de sí (...) las grandes aglomeraciones urbanas (...). La noche insomne y libertaria los ha acoplado con partidas de prostitutas (...) con la promesa de un espasmo trágico”. En Málaga, “al desbordamiento ciego de las masas, seguiría la organización sistemática del crimen, el imperio del terror en forma de aparato de tortura lenta”. En San Sebastián, “las tiorras embutidas en monos y los milicianos ahítos de vino van clamando la necesidad de una degollina”.


Joaquín Arrarás Iribarren, director de la magna obra de historia-ficción "Historia de la Cruzada Española"
Fotografía: Euskomedia


El fin del mundo, el apocalipsis, algo había que hacer, liberar a España del mal, acabar con la barbarie, con el crimen, con los rojos en definitiva, entendiéndose como rojo todo aquel que no era fiel seguidor del Movimiento Nacional. Y como los malos hacían muchas maldades, era de justicia que se aplicara la mayor violencia sobre ellos, violencia que era justa y, por supuesto, divina. Así se recuerda en el artículo de J. Rodrigo antes citado, cuando el archiconocido (por otros menesteres) Carrero Blanco afirmaba en 1945 que el Régimen habría de actuar “sobre la base que es moral y lícito imponerse por el terror cuando este se fundamenta en la justicia y corta un mal mayor”.

Seguramente a estos escritores revisionistas nunca les interesará hablar de personajes como Don Gonzalo de Aguilera. Aunque abundan por la web algunas de sus máximas, no podía sin embargo dejar de reproducir una de ellas en su fuente original. Esto es, lo que Peter Kemp escribe en su obra “Legionario en España”. Peter era un estudiante de Cambridge que se alistó en el bando nacional y que escribió sus avatares en un libro titulado originalmente “Mine were of truoble”. Dedica apenas unos párrafos al malogrado Don Gonzalo, líneas que sin embargo son muy descriptivas y hablan por sí sólas. Reza así:

“Don Gonzalo de Aguilera, conde de Alba de Yeltes, grande de España, era un viejo soldado de caballería de lo que creo que se conoce como “vieja escuela”. Es decir, era amigo personal del rey Alfonso XIII, gran jugador de polo y magnífico deportista; hablaba inglés, francés y alemán a la perfección (me dijo que su madre era escocesa). A pesar de que viajaba mucho, no descuidaba sus propiedades y pasaba gran parte de su tiempo cuidando de sus fincas cerca de Guadalajara. Poseía gran cultura, profundos conocimientos de literatura, historia y ciencia. Sus no menores conocimientos de vituperación durante la guerra civil le ganaron el apodo de “Capitán Veneno”.

A pesar de ser amigo leal, audaz crítico y estimulante compañero, algunas veces me he preguntado si sus cualidades realmente le capacitaban para la tarea de interpretar la causa nacionalista a extranjeros de importancia.

Tenía algunas ideas originales sobre las causas fundamentales de la guerra civil. La principal de ellas, si no recuerdo mal, era la introducción de las modernas medidas sanitarias; anteriormente, a eso, la hez del pueblo había perecido gracias a útiles enfermedades; entonces sobrevivía y, naturalmente, se crecía. Otra curiosa teoría era que los nacionalistas debieran haber fusilado a todos los limpiabotas (el limpiabotas es parte tan integrante de la escena española como el vendedor de periódicos).

-     Mi querido amigo -me explicó, es algo perfectamente razonable. El individuo que se agacha a los pies de uno en un café o en la calle, seguramente es comunista; por tanto, ¿por qué no fusilarle y acabar con el de una vez? No hay necesidad de juicio; su culpabilidad es inherente a su profesión.




Como nota decir que Peter Kemp no puede ser tachado de enemigo de la “causa nacional” pues luchó en su bando y es, entre otras cosas, uno de los que afirma (en este mismo libro) que Gernika fue quemado por los republicanos. Esta fuente hace que lo que afirme acerca de Gonzalo de Aguilera resulte muy, muy verosímil. Por cierto, en 1964, un año antes de morir, Aguilera mató a disparos a sus dos hijos. Así lo contaba La Vanguardia en su edición del 30 de agosto de 1964:

“En un arrebato de locura, el conde de Alba de Yeltes, don Gonzalo Aguilera Monro, de 77 años de edad, ha matado a tiros de revólver a sus dos hijos, Gonzalo y Agustín, de 47 y 39 años de edad, respectivamente.

El hecho ocurrió en su finca de “Sanchiricones”, enclavada en el término municipal de Matilla de los Caños, de esta provincia. Su hijo Agustín entró en la habitación en la que normalmente estaba aislado su padre, por padecer desde hace tiempo enajenación mental y manía persecutoria contra sus familiares. El conde sacó un revólver tipo “Colt” antiguo, que tenía escondido, y disparó contra su hijo, quien salió huyendo de la habitación y al que persiguió hasta la puerta de la cocina, donde lo remató. Durante la persecución se encontró, en una habitación intermedia, con su otro hijo, Gonzalo, que acudió al oír los disparos, y lo mató de un tiro en el pecho. La esposa del conde, doña Francisa Magdalena Ruiz, de 72 años de edad, al ver que su marido la amenazaba con el revólver, se refugió en su dormitorio y salió al exterior de la casa por un balcón, refugiándose en una de las viviendas de los arlededores del caserío.

El autor del doble parricidio se entregó a la Guardia Civil sin ofrecer resistencia. Fue internado en el Sanatorio Psiquiátrico Provincial, a disposición del Juzgado de Instrucción”.

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