El segundo día de la batalla del
Somme, el 2 de julio, uno de los soldados de infantería que intervino en el
ataque fue un joven soldado sudafricano, Hugh Boustead. “Nuestra brigada
atravesó los campos llenos de cicatrices, a través de los escuadrones
devastados. Caballos muertos y moribundos, partidos por el fuego de artillería,
con las entrañas al aire y las patas arrancadas, echados en medio de la
carretera que conducía a la batalla. Los jinetes caídos, contemplaban fijamente
los cielos llorosos. Delante resonaban en el aire, con regularidad, las ráfagas
de las ametralladoras. Atrapados por una descarga, esos hombres valientes y sus
hermosos caballos habían sido barridos literalmente del camino de Longueval”.
(MARTIN GILBERT, La primera guerra mundial, pág. 350-351).
El protagonista de esta historia, Hugh Boustead (1895-1980), obtuvo
dos cruces militares durante la Primera Guerra Mundial. Pentatleta en los
Juegos Olímpicos de Verano en 1920, fue también alpinista y explorador. Participó
en la Segunda Guerra Mundial como comandante del Sudan Camel Corps y posteriormente fue diplomático hasta su
jubilación en el año 1965. Escribió su biografía en un libro que por desgracia
no he podido encontrar en castellano, “El viento de mañana”.
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