En los siglos II y I a.C., debido
al gran apogeo del comercio en el mar Mediterráneo, éste era un hervidero de
piratas y buscavidas que veían en el saqueo no ya una manera de ganar riquezas
sino una forma de vida. Cartago, mientras existió como potencia, había sido una
vigía de sus aguas que habían permanecido, hasta cierto punto, libre de estos saqueadores.
Pero tras la destrucción de la capital púnica y la falta de mercaderes
cartagineses que exigieran unas aguas tranquilas para navegar, los romanos,
dueños ahora del Mediterráneo, se dieron cuenta de que tenían que hacer algo
para que esa ruta fuera segura.
La inseguridad afectaba a todas
las naves. Así, cuando en el 74 a.C. Cayo Julio César, con apenas 26 años, realizaba
un viaje a Rodas para estudiar retórica fue capturado por un grupo de piratas.
Éstos, conscientes de que podían sacar una buena tajada de su captura, lo
trataron con respeto y “cuidado”. César, antes de ser liberado, se burló de
ellos y los amenazó diciéndoles que volvería y acabaría con ellos.
Cayo Julio César
Tras el rescate, César reunió una
pequeña flota, volvió al lugar de su captura y atrapó a los piratas, a los que
crucificó. Sin embargo, y por los buenos cuidados que había tenido durante su
cautiverio, tuvo la delicadeza de degollarlos antes de clavarlos en la cruz.
Todo un detalle.
Sería Pompeyo el que acabaría con
el problema de la piratería como problema organizado y endémico, que no puntual.
Dividiendo el mar Mediterráneo y el mar Negro en trece zonas operativas,
consiguió someter en muy poco tiempo a estos grupos organizados, bien
militarmente, bien ofreciéndoles tierras donde asentarse a cambio de dejar la
piratería.
Cneo Pompeyo Magno
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