El oficial del Ejército Rojo Leonid Rabichev se encontró con "una chica muy guapa, una telefonista que había permanecido escondida en el bosque desde que llegaron los alemanes. Quería unirse al ejército. Le dije que se subiera al carro". Un poco más adelante "contemplé un espectáculo horrible. Había un espacio enorme que se extendía hasta la línea del horizonte lleno de tanques de los nuestros y de los alemanes. Entre medias había millares de hombres, sentados, de pie o a gatas, rusos y alemanes, completamente congelados, duros como una piedra. Algunos estaban recostados en otros, otros estaban abrazados. Unos se apoyaban en su fusil, otros sujetaban en sus manos una metralleta. A muchos les habían cortado las piernas. Las amputaciones habían sido obra de nuestros soldados de infantería, incapaces de quitar las botas a los cadáveres congelados de los alemanes, de modo que les habían cortado las piernas para calentarlas luego en los refugios. Grisheckin registró los bolsillos de los soldados congelados y encontró dos encendedores y varios paquetes de cigarrillos. La chica miraba todo aquello con indiferencia. Lo había visto muchas otras veces, pero yo estaba horrorizado. Había tanques que había intentado chocar con otros o embestirlos y habían quedado de pie sobre la trasera después de la colisión. Era horrible pensar en los heridos, tanto en los nuestros como en los alemanes, que habían muerto por congelación. El frente había avanzado y nadie se había acordado de enterrar a aquellos hombres".
A. BEEVOR, "La Segunda Guerra Mundial", extraído a su vez de LEONID RABICHEV, "Voina vsyo spishet, vospominaniya ofitserasvyansta, 31 -i armii, 1941-1945.
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