En 1936 la Iglesia Católica, la misma que afirmaba predicar la paz y el amor, emprendía su particular cruzada en España aliándose con la reacción. Así, el 1 de julio de 1937, el cardenal Gomá envió una carta abierta a "los obispos de todo mundo" pidiendo el apoyo de la Iglesia a la causa nacional, que en España firmaron dos cardenales, seis arzobispos, treinta y cinco obispos y cinco vicarios generales. En 1936 la Iglesia Católica (que no todos sus miembros) se puso de lado del fascismo, lo apoyó y bendijo y, cuando éste ganó la guerra y practicó una represión sistemática con miles de muertos, esa misma iglesia lo continuó alabando y nunca renegó de él, ni siquiera cuando Franco murió en 1975 (en la cama, por desgracia).
En este injusto país la ley de memoria histórica sigue siendo una ley parcial, insuficiente. Tanto es así que aún podemos ver nombres en pueblos y calles que aluden a los represores franquistas, a asesinos patriotas que mataron y fusilaron en cada una de las plazas de cada pueblo de España, a actores de la época franquista reconvertidos en respetables políticos. No hay juicios, porque la transición, esa que nos impuso el dictador y que acompañó, de paso, con la figura del Rey, quiso ser tan modélica que en vez de transición debería de llamarse "ley del olvido".
La Iglesia Católica, la misma que confiesa y habla del perdón, nunca lo pidió por su participación activa en los crímenes y la represión del franquismo. Pero no sólo no lo ha pedido, sino que ahora nos deleita con la beatificación de 522 "mártires" de la Guerra Civil. "Mártires" que, casualmente, sólo pertenecían a un sólo bando, el nacional. Los curas y simpatizantes católicos asesinados por los franquistas son olvidados, quizás porque el cielo es demasiado pequeño y la Conferencia Episcopal quiere que primero lo llenen los suyos.
Como escribió François Mauriac a Serrano Súñer en plena guerra civil: "para millones de españoles el cristianismo y el fascismo se han convertido en una sóla cosa y no pueden odiar a uno sin odiar también al otro". Mauriac, escritor católico, veía con horror como su credo participaba activamente en la guerra civil del lado de los golpistas, de los fascistas.
Mientras la Iglesia Católica y en especial la española no pida perdón por su apoyo al franquismo y por su participación y bendición en la represión durante y después de la guerra, no merecerá otra cosa que la repulsa. Con el acto de este fin de semana parece que lejos de pedir perdón se mantienen y reafirman. Que los seguidores de la secta católica lo resuelvan. Para nosotros la historia ya los ha sentenciado.
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