jueves, 6 de febrero de 2014

EMILE ARMAND. Individualismo anarquista y camaradería amorosa.


El individualista, como nosotros lo concebimos, ama la vida y la fortaleza. Proclama y exalta la alegría de estar vivo. Reconoce sinceramente que tiene por objetivo su propia felicidad. El no es un asceta, y la mortificación de la carne le repugna. Es un apasionado. Va hacia adelante sin oropeles, con la frente coronada por pámpanos, y canta gustosamente acompañándose con la flauta de Pan. Se comunica con la Naturaleza a través de su energía, que estimula los instintos y los pensamientos. 

No es joven ni viejo. Tiene la edad que siente. Y mientras que le queda una gota de sangre en las venas, combate para conquistar su lugar bajo el sol. No se impone, y no quiere que los otros se impongan a él. Repudia los patrones y los dioses. Sabe amar, y sabe arrepentirse. Rebosa de afecto por los suyos, los de “su” mundo, pero le horrorizan los “falsos hermanos”. Es bravo y tiene conciencia de su dignidad personal. Se plasma, se esculpe interiormente y reacciona hacia afuera. Se retira y se prodiga. 

No se preocupa por los prejuicios y se burla del “qué dirán”. Gusta del arte, de las ciencias y las letras. Ama los libros, el estudio,  la meditación y el trabajo. Es artesano, no jornalero. Es generoso, sensible y sensual. Tiene sed de experiencias nuevas y sensaciones frescas. Pero si avanza en la vida como un automóvil  veloz, lo hace a condición de que sea él quien conduce, animado por la voluntad de determinar por sí mismo cuál es el papel que desempeña la sabiduría y cuál el deleite a lo largo de su vida. 


 

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