Ante el escrache, esa palabra tan horrible, el viejo liberal se revuelve en su silla. Entiéndase por liberal lo que en España quiere decir, esto es, hombre o mujer de ideas conservadoras o, en castellano de toda la vida, un derechón de toma pan y moja. Como veníamos diciendo, el viejo liberal, amante de sus propiedades, satisfecho con su buen trabajo y encantado con su gran coche ve en el escrache el acoso y derribo del sistema democrático. Porque para él esta democracia es garante de su riqueza y modus vivendi. Esta democracia es garante del status quo que permite que él y los suyos se perpetuen por los siglos de los siglos. Para este hombre, amante de la vida tradicional, pensador de que cualquier tiempo pasado fue mejor, el bipartidismo al que nos somete este sistema es un lugar cómodo, donde la participación ciudadana debe ser cuatrienal y fuera de esa gran fiesta de la democracia el ciudadano debe callar y seguir al pastor de turno. Así deben de ser las cosas, según él.
Para nosotros el escrache no es agradable. Que la ciudadanía tenga que recurrir a ello no es sino otra muestra de que este sistema no funciona y que esta democracia se queda corta, demasiado corta.Tan corta como que no se le consulta, se hace y deshace y, para cuando vota, el partido de turno puede pasarse su programa electoral por donde amargan los pepinos. Ante esto, ¿que nos queda? Reunir firmas, sean las que sean, no aporta nada. Más de millón y medio para cambiar la ley hipotecaria y el PP ya se ha encargado de usarlas como combustible de calefacción para que los señores parlamentarios estén bien calentitos mientras nos joden la vida.
La cuestión aquí es que no se deja opinar a la ciudadania. O mejor dicho, no se la deja decidir, que es lo verdaderamente grave. No tenemos ni voz ni voto y ese espejismo llamada elecciones no es sino la zanahoria que se pone al burro para que continúe hacia adelante. Los fanzines de comunicación adictos al régimen intentan desnaturalizar al político. El político es un profesional, un técnico, que entra en su fábrica (el congreso), trabaja sus horas (aquí la cosa cambia, el horario de 40 horas semanales de cualquier obrero es excesivo para sus señorias) y luego se olvida de lo que ha hecho para vivir su vida cotidiana. Podríamos estar de acuerdo si sus decisiones afectan al color de las farolas, a si los coches tienen que ir a 120 o a 125 km/h como máximo o si deciden que el 12 de octubre no es festivo y pasa al 13. Pero no es así. En la ley hipotecaria, por ejemplo, están diciendo si las familias tienen que irse a la calle por no poder pagar sus hipotecas, están decidiendo si los juzgados les quitan a esos padres desahuciados a sus hijos por no tener un techo, están condenando a la pobreza de por vida a aquellos que, además de haber perdido sus casas, encima tienen que continuar pagando al banco que en su día (aquellos días gloriosos del pelotazo) sobrevaloró su vivienda y ahora no le vale con quedársela sino que además quiere más dinero.
Y ante esto esos señores encorbatados y bien situados se echan las manos a la cabeza porque un grupo de ciudadanos pisoteados se manifiestan pacíficamente delante de uno de esos "elegidos". Pacíficamente, pues el escrache del que estamos hablando es pacífico, y señala, sí, pero a esos ejecutores de leyes injustas, sordos ante el clamor de la mayoría que, sin embargo, no tiene en estos momentos ninguna capacidad de elegir ni decidir.
Algunos miembros del PP ya se apresuran a comparar a estos hombres y mujeres que acuden a estos actos con el nazismo. Poca vergüenza en muchos de ellos, que, precisamente, vivieron tan cómodos durante la dictadura. Pero ahí se les ve el miedo. El terror a que el resto de la ciudadania se apunte, el que la población de este vilipendiado país se levante y diga que hasta aquí hemos llegado. Por eso se ponen nerviosos, se apresuran a hacer leyes que impidan las libertades más elementales, se blinda a estos promotores de leyes injustas para que puedan vivir alegremente en sus mansiones mientras los demás miran al cielo por si esa noche llueve y se mojan los cartones que les cubren.
Nada cambiará si nos quedamos en casa. Nada cambiará si agachamos la cabeza. No queremos líderes, ni políticos que pidan sólo nuestro voto cada cuatro años. Queremos ser dueños de nuestras vidas, y decidir sobre lo que a ellas les afecta. Eso es la verdadera democracia. Lo demás es la cueva de Platón, donde el ser libre sólo es un espejismo reflejado por esos hombres grises.
Un millón y medio, diez millones, lo mismo da. Su valor en el congreso es el que sus señorías quieran darle, es decir, ninguno en el caso de la dación en pago y el Partido Popular.
La cuestión aquí es que no se deja opinar a la ciudadania. O mejor dicho, no se la deja decidir, que es lo verdaderamente grave. No tenemos ni voz ni voto y ese espejismo llamada elecciones no es sino la zanahoria que se pone al burro para que continúe hacia adelante. Los fanzines de comunicación adictos al régimen intentan desnaturalizar al político. El político es un profesional, un técnico, que entra en su fábrica (el congreso), trabaja sus horas (aquí la cosa cambia, el horario de 40 horas semanales de cualquier obrero es excesivo para sus señorias) y luego se olvida de lo que ha hecho para vivir su vida cotidiana. Podríamos estar de acuerdo si sus decisiones afectan al color de las farolas, a si los coches tienen que ir a 120 o a 125 km/h como máximo o si deciden que el 12 de octubre no es festivo y pasa al 13. Pero no es así. En la ley hipotecaria, por ejemplo, están diciendo si las familias tienen que irse a la calle por no poder pagar sus hipotecas, están decidiendo si los juzgados les quitan a esos padres desahuciados a sus hijos por no tener un techo, están condenando a la pobreza de por vida a aquellos que, además de haber perdido sus casas, encima tienen que continuar pagando al banco que en su día (aquellos días gloriosos del pelotazo) sobrevaloró su vivienda y ahora no le vale con quedársela sino que además quiere más dinero.
Y ante esto esos señores encorbatados y bien situados se echan las manos a la cabeza porque un grupo de ciudadanos pisoteados se manifiestan pacíficamente delante de uno de esos "elegidos". Pacíficamente, pues el escrache del que estamos hablando es pacífico, y señala, sí, pero a esos ejecutores de leyes injustas, sordos ante el clamor de la mayoría que, sin embargo, no tiene en estos momentos ninguna capacidad de elegir ni decidir.
Algunos miembros del PP ya se apresuran a comparar a estos hombres y mujeres que acuden a estos actos con el nazismo. Poca vergüenza en muchos de ellos, que, precisamente, vivieron tan cómodos durante la dictadura. Pero ahí se les ve el miedo. El terror a que el resto de la ciudadania se apunte, el que la población de este vilipendiado país se levante y diga que hasta aquí hemos llegado. Por eso se ponen nerviosos, se apresuran a hacer leyes que impidan las libertades más elementales, se blinda a estos promotores de leyes injustas para que puedan vivir alegremente en sus mansiones mientras los demás miran al cielo por si esa noche llueve y se mojan los cartones que les cubren.
Nada cambiará si nos quedamos en casa. Nada cambiará si agachamos la cabeza. No queremos líderes, ni políticos que pidan sólo nuestro voto cada cuatro años. Queremos ser dueños de nuestras vidas, y decidir sobre lo que a ellas les afecta. Eso es la verdadera democracia. Lo demás es la cueva de Platón, donde el ser libre sólo es un espejismo reflejado por esos hombres grises.
Se puede decir más alto, pero no más claro.
ResponderEliminarDe momento solo se ladra y los políticos escuchan tranquilamente desde sus poltronas, pero cuando falte el pan comenzaremos a morder.